Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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100268
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 5 de abril de 1890
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Martínez Campos.
Número y páginas del Diario de Sesiones: 130, 2227-2228.
Tema: Carta circular del general Dabán.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Yo consentiría con mucho gusto que el señor Jovellar hablara antes; pero me temo que se moleste otra vez el señor general Martínez Campos, y si S.S. me permite, voy solamente a decir cuatro palabras en satisfacción al señor general Martínez Campos. (El Sr. Jovellar: Con mucho gusto).

Siento que mi distinguido amigo el señor general Martínez Campos haya tomado las cosas de la manera y en la forma en que las ha tomado. Siento que S.S. haya supuesto que en mí podía haber jamás la intención de molestarle. Siento, en fin, que S.S., prescindiendo un poco de la situación en que nos encontrábamos la tarde a que S.S. se ha referido, no se hiciera cargo de la dificultad que había para que el Presidente del Consejo de Ministros tomara parte en el debate en aquel momento.

Pero, aún después de todo esto, siento más que S.S. hoy, sin hacerse cargo de todas esas cosas, me haya atribuido respecto de S.S. intenciones que yo jamás hubiera creído de S.S. relativamente a mí; porque de la misma manera que reconozco la amistad que S.S. me ha tenido y su noble proceder, debe también S.S. reconocer a la vez la amistad que yo le he tenido y le tengo, y que no es menos noble mi proceder para con los amigos que el de S.S.

Después, señor general Martínez Campos, S.S. me ponía en un apuro muy grande; era la primera vez que S.S. quería romper lanzas conmigo, y yo, francamente, no quería romperlas con S.S. Así es que yo decía: si hay que romperles, las romperé cuando quiera el señor general Martínez Campos, porque ¿qué he de hacer si él se empeña? pero haré todo lo posible para impedirlo. Conste, pues, que estoy dispuesto a romper lanzas con S.S. la segunda vez; pero la primera, créame S.S., me cuesta mucho trabajo, y por eso lo retardaba todo lo posible.

Además, yo creí que el Sr. Martínez Campos, lo declaro sinceramente (porque todo lo que aquí se ha dicho de los propósitos del Gobierno respecto de este debate y de que quería llevar precipitadamente esta discusión, es inexacto), no había tenido más propósito que el de cumplir con su deber y el de esperar (en la creencia de que el Senado ha de seguir en este punto al Gobierno) a que cuando el Senado lo autorice, el señor general Dabán cumpla la corrección impuesta; pero que la cumpla hoy, mañana o pasado, le es perfectamente igual al Gobierno: la cumplirá cuando se concluya este debate. [2227]

Pues bien; yo creí que no había bastante interés alguno por parte de nadie en prolongar este debate, sino el natural en todos los Sres. Senadores, y en el Gobierno, de que éste se extienda únicamente lo necesario para que se dilucide una cuestión tan grave e importante, al Gobierno le parece clarísima y sencilla. Y en este sentido entendía yo que el señor general Martínez Campos no tenía otro interés que el de dejar consignada su opinión en el voto particular, y que el debate principal había de venir, incluso para el señor general Martínez Campos, en la discusión del dictamen de la mayoría de la Comisión, que es lo que generalmente ocurre en todos los votos particulares, que por eso pasan rápidamente, y después viene el fondo, la esencia de la cuestión, que es el examen y el debate del dictamen de la mayoría de la Comisión, que constituye el objeto principal. Así es que aquella tarde, viendo yo que se prolongaba demasiado la discusión, y que no había tiempo para concluir el debate del voto particular si el Gobierno contestaba a S.S. en atención al poco tiempo que quedaba, habíamos acordado dejar que S.S. rectificase al Sr. Montero Ríos, en la idea de que eso podía convenir a S.S., a juzgar, al menos, por lo que a mí me pasa, que cuando me contesta un orador y rebate mis argumentos, tengo impaciencia y verdadera prisa por rectificar, a fin de quedar con mi opinión, mejor que bajo el peso de los argumentos del contrario.

En esta idea, pues, yo creí que hacía el Gobierno un favor al señor general Martínez Campos dejándole rectificar, y dije al Sr. Ministro de la Guerra, que era el encargado en primer lugar de contestar al señor general Martínez Campos: ?Deje usted que el señor general Martínez Campos rectifique, porque es su derecho, y además me parece galante; y si se prorroga la sesión, entonces hablará usted?. Pasamos un recado a la Presidencia preguntándole: ?¿Hay ánimo de prorrogar la sesión?? y el Sr. Presidente me contestó que sí; que tenía el pensamiento de proponer a la Cámara la prórroga de la sesión para ver si se ultimaba el voto particular. Entonces yo dije: ?Si se prorroga la sesión, hablará el Sr. Ministro de la Guerra; pero si no se prorroga, que hable el general Martínez Campos?.

Luego se pidió la prórroga, y todos los Sres. Senadores saben lo que aquí ocurrió: que algunos se incomodaron, se exasperaron porque la prórroga se pedía; y aunque el Gobierno era completamente ajeno a esa cuestión, el Senado resolvió lo que tuvo por conveniente; pero al fin y al cabo resolvió la Cámara que no se prorrogara la sesión; siendo el resultado que ni rectificó el señor general Martínez Campos, ni habló el Sr. Ministro de la Guerra. ¿Hay en esto culpa por parte del Presidente del Consejo de Ministros? No tiene, pues, razón el señor general Martínez Campos.

Luego dice S.S.: ?Al día siguiente me incomodé; vine aquí y dije una porción de cosas, y el Gobierno no me ha contestado?. ¡Ah, señor genera Martínez Campos! es que el Gobierno tiene también su alma en su armario, como suele decirse, como la tiene su señoría, y ya al día siguiente le pareció que había algo de imposición; y yo, que cedería con mucho gusto a las imposiciones de S.S. como amigo que he sido y todavía soy de S.S., queriéndole mucho, estimándole y apreciándole grandemente por su personalidad y además por sus altos merecimientos; yo, como Gobiernos, creí que no debía ceder a ciertas imposiciones; y como estaba en el pleno goce de mi derecho, y no había deber alguno que me impusiera el de contestar en el acto, me limité a guardar silencio, para responder a S.S. cuando el debate tomara cierto vuelo, o cuando, concluyendo todas las alusiones y rectificaciones pendientes, yo me levantara a resumirlo.

Ahí ve el señor general Martínez Campos explicada la causa de mi conducta. Yo tendré mucho gusto en que mis palabras le hayan satisfecho a su señoría; pero si así no fuera, estoy dispuesto a dar a S.S. todas las explicaciones que quiera, porque por todo paso, menos por que S.S. se disguste conmigo sin motivo.

Dicho esto, como he interrumpido a mi distinguido amigo el señor general Jovellar, y deseo oír a S.S., como a todos los que quieran tomar parte en el debate del voto particular, no entro en el fondo de la cuestión.

Me reservo, pues, para contestar a mi distinguido amigo el señor general Martínez Campos, al no menos distinguido amigo mío el señor general Jovellar, y a todos los demás Sres. Senadores que han terciado en la discusión; y me reservo en la confianza de que he de llevar a todos los ánimos la convicción de que lo que el Gobierno ha propuesto es lo único posible: o eso, o nada.

Y como yo creo que el Senado no ha de querer que quede impune una falta por no encontrar procedimiento para corregirla, y no hay más procedimiento que el que el Gobierno propone, espero que todos los Sres. Senadores votarán al lado del Gobierno, primero contra el voto particular, y después a favor del dictamen de la mayoría de la Comisión. [2228]



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